
Salarrué era un personaje único dentro del plantel intelectual de Latinoamérica en la primera mitad del s. XX. Uno de los elementos que marcaron su trayectoria personal y literaria era su cercanía a la doctrina de la teosofía, pero ¿qué es exactamente la teosofía y cómo influyó en la obra artística del escritor?
Se llama teosofía propiamente a la doctrina de E. Blavatsky (1831-91), autora de obras como La doctrina secreta (1888) o La clave para la teosofía (1889) y fundadora de la Sociedad Teosófica de Nueva York en 1875. Los adeptos a la teosofía dan prioridad a la experiencia interna directa del hombre y a la intuición mística, como modos de concebir la divinidad, frente a la autoridad de los dogmas religiosos oficiales. La teosofía es una compilación de representaciones místicas, fantásticas y anticientíficas sobre el mundo y el hombre.
La doctrina se expandió rápidamente en Latinoamérica. En El Salvador, captó la imaginación de artistas e intelectuales burgueses como Salarrué o Alberto Masferrer, que hallaron en los escritos de Blavatsky una atractiva síntesis de tradiciones místicas del Occidente como el ocultismo; tradiciones religiosas orientales como el budismo o el hinduismo; disciplinas como el yoga o el feng shui, y conceptos innovadores como el karma, la reencarnación o el vegetarianismo. Este grupo social halló en la teosofía un sistema de vida relevante fuera del catolicismo imperante, que les ayudó a mantenerse apartados de las tensiones políticas y sociales de las primeras décadas del siglo XX en El Salvador.

En el caso de Salarrué, la teosofía se refleja en una sensibilidad diferente a la enraizada en los Cuentos de barro, poblados por los indios de Izalco. Frente a este realismo costumbrista centroamericano (que evolucionará en regionalismo de carácter político e indigenista en las siguientes décadas), Salarrue erige, a partir de la publicación en 1929 de O-Yarkandal una impresionante cosmogonía teosófica donde se desarrolla un conflicto eterno entre las fuerzas del bien y del mal, ya sea en remotas regiones atlántidas o en ciudades feéricas.
Este universo cultural se cerrará en todas sus proporciones con Remotando el Uluán, publicado en 1932: las iniciaciones teosóficas se trasladan hacia una dimensión absolutamente mítica, pero no menos filosófica. La primera publicación de O-Yarkandal trae un mapa del impero Dahdálico que nos muestra por primera vez mares impronunciables como Edimapura, Xibalbay y Dundala, sus islas y continentes de nombres que evocan extraños parajes orientales, pero también toponimias aborígenes. A través de la voz del narrador, el lector va descubriendo paraísos encantados, ciudades de hombres alados, extraños perfumes y vegetaciones o palacios de formas irreales.
El lenguaje y la invención de O-Yarkandal y Remotando el Uluán penetran dentro de la tradición de los libros sagrados, de las grandes sagas de la literatura nórdica o de las epoyeyas de la literatura oriental, en definitiva de los grandes mitos formativos de la literatura universal. En sus notas se pueden encontrar referencias dispersas sobre influencias indostánicas que se combinaban con mitologías indígenas. También demuestra un aprecio por la metafísica especulativa en contra del materialismo positivista, proponiendo un concepto integrador de metafísica, al decir que esta «no es ciencia, ni arte, ni filosofía, ni una religión, por una razón muy sencilla de entender: porque es todo a la vez». La teosofía influyó de manera determinante en la literatura salarrueriana sobre todo en cuanto a la idea del más allá, de las experiencias astrales, los desdoblamientos o la idea de la reencarnación. Cabe decir, sin miedo a equivocarnos, que la visión que Salarrué tenía sobre la realidad era muy «mística». Dentro de su peculiar visión de lo metafísico, Salarrué eleva el estudio de lo sobrenatural al mismo nivel que el estudio de lo terrenal. Estas visiones, tan muy cercanas al espiritismo, hoy en día resultan cuanto menos extravagantes.
Pero si en una perspectiva contemporánea toda esta parafernalia filosófica resulta anacrónica, en el caso particular de Salarrué tuvo la virtud de contribuir a hacer coherente su vocación intelectual; la teosofía llegó a representar para él una especie de atalaya de resistencia moral contra los valores de la sociedad en que le tocaría resistir como escritor. No hemos de olvidar que su vida artística y personal, en apariencia apacible y acomodada, fue en muchos sentidos todo un desafío al verse enfrentado a momentos históricos y sociales repletos de tensión. El Salvador era, desde finales del siglo XIX, un país con enormes diferencias sociales, una dependencia económica galopante, y dominado por unas élites militares y políticas fundamentalmente antidemocráticas. Para Salarrué, el armazón ético de sus creencias fueron los cimientos sobre los que pudo levantar el edificio de su creación literaria y artística. No en vano, el escudo de armas que figura como exlibris en la primera edición de O-Yarkandal está concebido de acuerdo con los principios teosóficos y encarna esta postura vital: Credo quia absurdum.
